ASILOS: CAMINOS DE INGRATITUD

Marco Antonio Figueroa Quinto



El ser observado por hombres y mujeres que nos llevan muchos años de experiencia no siempre es una impresión grata, por lo regular su mirada muchas veces suplicante, otras curiosas y algunas más inquisidoras impactan a cualquiera que tenga la grata oportunidad de visitar un asilo, donde estos seres que nacieron antes que nosotros voluntariamente se han confinado para recibir atenciones que según los expertos necesitan tal como ellos disponen, sin tomarlos en cuenta sobre sus preferencias, deseos, ideas e inquietudes, lo que ya es cotidiano en estos sitios, y quienes están ahí, sabiendo que muchas veces abusan de su fragilidad, inclusive de violaciones y vejaciones que avergonzarían al más inescrupuloso. Compartimos lo anterior al justificar el llanto de unos de mis hijos, que al compartir con éstos hombres y mujeres de la tercera edad una declamación, no pudo resistir tales miradas y culminó su alocución con los ojos inundados de lágrimas, quizá al percibir dolor, angustia y suplica en el improvisado auditorio. Después de convivir con ellos y participarles de algunas anécdotas, canciones y regalos, compartimos con ellos el pan y la sal que gustosamente llevábamos, y que normalmente no disfrutan en su dieta habitual. De esta interesante vivencia muchas confidencias se nos hicieron, hoy comparto una, que por su realismo y cercanía con cualquiera de mis lectores, puede mañana presentarse. “No debo quejarme, antes bien agradezco al creador por tantos y tantos años de vida que me ha otorgado. Cumplí ocho años ayer en este asilo donde por mi propia voluntad me he confinado, donde he tenido la oportunidad de conocer en esta larga estancia a muchos viejos y muchas ancianitas y aunque sabemos que nuestra estancia en este mundo es ya corta, eso no impide que nos lleguemos a estimar y extrañar a los que se van yendo; el día que hay una defunción se respira aquí un silencio impresionante, algunos entran en crisis y otros más sufren desmayos, a lo que nunca nos acostumbramos, pues esa experiencia que se transita en muchas ocasiones, y se hace casi habitual no deja de hacernos sentir que el paso hacía el más allá no es lo grato que se pretende, pues muchos de los que se nos adelantan en este viaje, solo han sido acompañado a su sepelio por el personal de este lugar”. ¡Triste pero cierto!” Limpiándose un poco pequeñas lágrimas que se asomaron en sus cansados ojos, con la voz entrecortada y retomando el aliento prosiguió: “En el mundo exterior era ya insostenible seguir; ahora se que fue un error el haber invitado a mi hijo y su familia a vivir en mi casa cuando enviude. Pero me apenaba que él, a pesar de ser un adulto de treinta y ocho años, no tuviera un ingreso fijo y mis nietos corriesen el mismo peligro que él, de quedarse sin estudiar -claro que por distinta razón que él, ya que siempre le cumplí todos sus caprichos de inscribirse en distintas escuelas y diversas carreras, las que abandonaba por diferentes razones, que el amor de sus padres siempre lo justificaron- por otra parte, mi nuera se había comportado con respeto hacia mí (aunque hay otras que demuestran enseguida el cobre ¡que si no lo supiera!), por lo que decidí ayudarlos, repitiéndome internamente "Tal vez sea lo último que haga en mi vida". Al principio todo fue alegría y sentimientos de agradecimiento, los que al paso de los días se fueron volatizando, así cuando ellos adquirieron confianza y manejo completo de la casa, poco a poco fui perdiendo no solo terreno, sino el respeto que me correspondía, no como dueño de la casa, sino como el abuelo de la casa y la persona de respeto que a pulso me había ganado a través de los años. Al principio les molestaba que oyera mis canciones, primero era alejarse del espacio que yo ocupaba, pero luego luego se atrevieron e iban hacia mi consola y sin ninguna explicación las cambiaban por canciones modernas que sencillamente no soportaba, pero que ellos preferían. Poco a poco, fueron desapareciendo los retratos de mis padres, mi esposa, los de los niños de mis hijos e incluso los míos. Les molestaba mi incipiente sordera la cual no me impedía oírlos cuchichear que yo era un viejo desaseado y latoso y se lamentaban de que no me muriera pronto. Me parecieron injustificados los calificativos sobre mi persona, ya que si algo bueno tengo es ser pulcro y no tratar de molestar a nadie. Mi pensión y el modesto capital que logré acumular me permitían antes de que ellos llegaran, tener la alacena y el refrigerador bien surtidos, pero ya instalados ellos en la casa, apenas si me dejaban algo de comer y eso con malas caras cuando yo consumía lo que había adquirido con mi dinero. Varios años pasé así y aunque a veces estaba a punto de estallar los disculpaba arguyendo que eran parte de mi propia sangre. No obstante mi sufrimiento logré que mis nietos obtuvieran un título, pero no logré que fueran, sino agradecidos, siquiera respetuosos conmigo. En los últimos tiempos habitaba yo el cuarto de servicio, fuera de la casa, lugar que me había destinado mi nuera. En virtud de que difícilmente podía caminar para ir al banco a cobrar mi pensión o los retiros de dinero que yo necesitaba, les pedía a ellos ya fuera que me acompañaran o les pedía que me cambiaran algún cheque; porque me acompañaban, tenía que pagarles, y de los cheques, me entregaban siempre cantidades menores a las retiradas, incluso hubo ocasiones que me dejaron sin dinero, argumentando pérdida, robo o cuestiones poco creíbles, lo que me hizo reflexionar sobre ello. El fracaso personal y la debilidad de carácter de mi hijo convirtieron aquella familia en un matriarcado, pero un matriarcado lleno de terror, ingratitud y egoísmo, porque al fin descubrí el auténtico color del alma de mi nuera. En una ocasión en que me enfrenté a esa mujer y le reclamé su actitud y su injusticia e incluso la amenacé con lanzarla de la casa en compañía de sus hijos, me respondió que la propietaria de la casa era ella y que el que tenía que largarse era yo. Mi hijo me rogó que no ingresara al asilo y a pesar de que incluso débilmente me defendió ante ella, el estuvo también en peligro de ser lanzado igual que yo de esta morada que yo construí con el trabajo de los mejores años de mi juventud. Estoy tranquilo; se me trata bien. Me apena y me inquieta únicamente el que yo no pueda proyectar algo para el mañana porque la organización de la institución está a cargo de las autoridades de la misma. Aquí es uno completamente dependiente y aún cuando la mayoría de los internos somos seniles y nuestro cerebro ya no tiene capacidad de un juicio claro, algunos que como yo -perdonando un juicio presuntuoso- tenemos aún la mente lúcida, sufrimos porque nos tratan a todos igual y no se toman en cuenta algunas opiniones sobre modificaciones y mejoras al sistema, que en ocasiones respetuosamente sugerimos. Ocasionalmente, más por interés que por amor viene a visitarme mi hijo y siempre lo ayudo; sin embargo, he hecho las diligencias necesarias para que el día que tenga que cumplir con nuestro pago a la tierra, que creo que ya será pronto, mi modesto capital y mi casa, pasen a poder del fideicomiso que maneja este asilo, donde yo y muchos como yo hemos venido a vivir en paz, a refugiarnos, en los últimos días de la vida. No es una venganza contra mi nuera, es solamente un acto de justicia póstumo y para mi hijo, que ya comienza a enfilar por el escabroso camino de la vejez, es la enseñanza de que ya es tiempo de que pueda valerse por sí mismo y hacerse un hombre de carácter”. Al observar a este apacible anciano que había dispuesto inclusive su sepelio, las flores que deberían llevar a su tumba y el sarcófago de nogal que ya tenía completamente pagado, no deje de sentir recorrer por todo mi cuerpo un gran escalofrío, pensando que la vejez esta a la vuelta de la esquina y nadie puede preveer lo que el destino nos depara, inclusive en cuestiones que uno planea con meticulosidad y desde un plano de madurez Envejecer en la pobreza es una de las más grandes desgracias que le suceden a miles de mexicanos en los momentos que la revolución mexicana cumplirá sus primeros cien años, y que los festejos de nuestra Independencia llegarán a su segundo centenario de vigencia. Además de pobres, desamparados y solitarios, muchos de los ancianos que no tuvieron la fortuna de preveer como nuestro interlocutor, o porque los hijos lo despojaron de su paupérrimo patrimonio, solo reciben limosnas de parte de los gobiernos surgidos de las contiendas “democráticas”, que solo les sirven para comprar algunos medicamentos, utilizando la ropa que siempre han tenido. No ha alcanzado para los ancianos pobres, el delirio del petróleo en esta primera década del siglo XXI, a pesar de que alguna dependencia como el DIF atienda ciertas necesidades de un grupo limitado de ancianos. Sumándose ahora las reformas a las leyes del ISSSTE donde sustancialmente se han disminuido las modestas pensiones de los trabajadores al servicio del estado, lo que hará en pocos años, un país de ancianos viviendo en miserables condiciones, todo con un afán protagónico de este gobierno liberal, que pretende privatizar todo, quizá hasta desarrollar un programa privatizador hacia las personas de la tercera edad, quienes en un momento serán; debido a esta dependencia, sus más fieles respaldo para que estos grupos en el poder se perpetúen en él, lo que sería una de las perversiones mayores de estos mexicanos sin escrúpulos, que creen que nunca llegarán a estas edades, a menos que hayan encontrado la “fuente de la juventud” que es su hipocresía y falta de progenitora, por que sencillamente, son y serán siempre producto de probetas. En verdad es indignante todo lo que sucede con las personas de la tercera edad. O de “Los adultos en plenitud” muchos de ellos dieron más que su talento y trabajo por las comodidades que muchos disfrutamos, por lo que no se vale el trato irrespetuoso que estamos dándole, lo que debería avergonzarnos y enmendar tales yerros ¿O no? ¡Estamos! alodi_13@hotmail.com