EL ENSAYO EDUCATIVO

Marco Antonio Figueroa Quinto



"La duda es la madre del descubrimiento." Ambrose Bierce



Sin duda que los mentores de cualquier modalidad de nuestro Sistema Educativo Nacional debemos manejar con suficiencia no solo la elaboración de los ensayos, sino que cada uno de los que pertenecemos a esta dignísima profesión podremos distinguir cuales de estos trabajos reúnen las características mínimas de eficiencia y trascendencia. Usualmente se entiende por ensayo un escrito relativamente corto (en comparación con un tratado o un estudio exhaustivo), que puede abarcar desde dos cuartillas hasta cuarenta o cincuenta (según la demanda, la prolijidad que se le quiera dar al asunto o lo que se establezca previamente). Es cierto, sin embargo, que algunos autores clásicos han dado a sus escritos, que son tratados completos y muy extensos, el nombre de ensayo. En el ensayo educativo nos debemos centrar generalmente en un único objeto de estudio: un problema vivencial, un área problemática de importancia para la comunidad, un autor que proponga algo nuevo para la educación, un concepto interesante, un campo de conceptos, un proceso, un ámbito de procesos, etc. Con otras palabras, el ensayo debe respetar una unidad temática, no abordando en el mismo escrito temas ajenos a la idea inicial. Con lo anterior, también se debe presentar una unidad argumentativa; es decir, el ensayo pretende ofrecer un conjunto de «pruebas» relevantes a favor de la tesis o posición que se pretende defender en él. Estrictamente, un argumento consiste en un conjunto de enunciados que dan apoyo (o fundamento o justificación) a otro enunciado, llamado conclusión, el cual expresa la tesis principal que se pretende defender en el ensayo. Muchas veces los enunciados que apoyan a la tesis principal necesitan (por su complejidad, importancia o carácter disputable) ser defendidos por otros enunciados, de modo que en el ensayo tiene que haber lugar para el argumento principal y para otros secundarios, que, en conjunto, contribuyen a que el argumento principal sea racionalmente persuasivo. En educación al igual que en filosofía predominan los argumentos deductivos, pero no es infrecuente recurrir a argumentos analógicos, inductivos y hasta éticos. No obstante, para algunos subtemas al interior del ensayo se pueden emplear estructuras discursivas no argumentales, tales como definiciones, citas, preguntas, preguntas retóricas, etcétera. La relación entre las “premisas” (los enunciados que apoyan a la tesis principal) y la conclusión (o tesis principal) es lo que define los tipos de argumentos. Los argumentos deductivos suelen entenderse como aquellos donde la relación entre premisas y conclusión es muy fuerte, de tal modo que, si se acepta que las premisas son verdaderas, entonces necesariamente se acepta la verdad de la conclusión, de igual manera una práctica educativa novedosa, o una propuesta eficaz para la práctica docente son excelentes motivos para realizar un ensayo. Este tipo de argumento abundan en la tradición filosófica, pero quizás el más famoso sea el llamado «argumento ontológico». Esta relación es menos fuerte en los argumentos inductivos y analógicos (a pesar de lo cual no hay que confundirlos): las premisas de los primeros dan un apoyo limitado a la conclusión y muchas veces la verdad de la conclusión no se sigue necesariamente de la verdad de las premisas; en los argumentos por analogía la conclusión se establece con base en comparaciones entre algo bien conocido y otra cosa que, a juicio del ensayista, guarda parecido con lo bien conocido. El ensayista debe argumentar o justificar. Su objetivo es, generalmente, conducir al lector hacia la reflexión de un asunto mediante su cuestionamiento, el aporte de datos o de argumentos que se abren a otras posibilidades de entender el asunto. El ensayo educativo debe expresar meditaciones propias del ensayista (en ilación congruente y apoyadas con argumentos consistentes, resultados de una investigación no exhaustiva (investigación de campo, documental, histórica, etcétera, inferencias de observaciones, de experiencias, de entrevistas o una combinación de dos o más de estos tipos. El ensayo no es una carta ni selección de un diario personal, etcétera, sino un trabajo discursivo pedagógico, por lo cual su lenguaje no es coloquial y sí, muchas veces, necesariamente “técnico” (en el sentido de que recurre a los términos empleados en un sentido particular por la tradición educativa). Actualmente en el ensayo educativo debe predominar la expresión directa y llana, en primera persona, que presta especial atención al rigor argumentativo y a la exactitud en el manejo conceptual, procedimental y actitudinal. Y como en todo, hay ensayistas de renombre que se toman ciertas libertades respecto del estilo de expresión, lo que es permitido, pero no es propio, pues se rompe con esquemas establecidos y confunden a las mayorías. ¡Lo que no debe de ser! ¿O si? ¡Estamos!
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