EL ARTE DE LA DECLAMACIÒN EN UN
AULA DE LA TELESECUNDARIA “CAROLINO ANAYA”
TURNO VESPERTINO
Marco Antonio Figueroa Quinto
La declamación es un arte por donde quiera que se le mire. Posiblemente no hayamos visto, o escuchado siquiera a un gran declamador, pero el día que lo observemos, o que atentos oigamos su voz, no nos cabrá la menor duda: su expresión, el tono de su voz, la profundidad de su sentir, su fluidez y naturalidad, la forma como cada palabra nos envuelve más y más, la sencillez de sus gestos, nos confirmarán, tenemos frente a nosotros a un artista, asì evocamos a la excelsa declamadora Ely Núñez y Valdés, Rolando Garcìa Uscanga, Rubén Ricaño Escobar, Betzabè Moreno Salinas, Carlos Hernàndez Medina, Ramón Silva Montiel y muchos màs que escapan a mi memoria, pero sin duda, contribuyen al fomento de esto, que tanto apreciamos y fomentamos. Con el criterio y espíritu anterior iniciamos desde los primeros días del presente ciclo escolar la práctica de esta actividad en el aula que alberga a los alumnos del segundo grado de la escuela telesecundaria “Carolino Anaya” en su turno vespertino, donde tuvimos el primer concurso interno, honrándonos como jurado las escritoras y poetas Gloria Fernández de Lara, Thais Evelia Rebolledo de Arrès y Rosa María Quiroz.
Sin duda, ahora que se atenta contra iniciativas e inventivas de los docentes en el aula, queda a nuestro criterio fomentar esta sana práctica, la que sin duda coadyuvará a formar en el futuro a hombres y mujeres fuertes de espíritu y mejores sentimientos, que es lo que nuestras actuales sociedades necesitan. Por ello aprovecho la ocasión para compartir ciertos aspectos, los que sin duda fortalecerán la imagen de esta ancestral disciplina, que muchos logros, pensamientos y sentimientos nos han legado, y que sin duda contribuirán a mejorar nuestro entorno. Ahí vamos: Hay algunos entendidos que catalogan la declamación como un arte menor, tal vez igualmente consideran al canto o la actuación artes menores – aunque la música pop y el cine hayan llevado el canto y la actuación a lo más alto del estrellato artístico. Bajo la declamación hay un arte mayor, un arte que nutre y ha nutrido todas las artes y es la poesía. No hay un buen declamador sin un gran poeta que ha recogido las palabras y los sentimientos, destilándoselos a la vida. Las palabras sobre un papel esperan que el declamador les brinde una vida diferente a la lectura solitaria de un amante nocturno de la poesía. Un buen declamador hace de puente y hace de la poesía y la declamación artes complementarios. La poesía no existió en sus comienzos sin la declamación, sin alguien, ya fuera el poeta -su creador- o ese juglar, que llevara su cargamento de palabras de pueblo en pueblo. Luego la poesía pudo existir sola cuando se encontró con la escritura y luego pasaron juntas al papel. Hoy la poesía existe alejada de la declamación pero la declamación no puede existir sin la poesía. Hay poetas que no solo tiene el don de escribir sus poemas, que dominan este arte, también tienen el don de la lectura sentida y profunda de sus textos, poetas que podríamos llamar en muchos casos; declamadores. Todo artista nace con aptitudes innatas y si el medio donde se desarrolla como niño le brinda posibilidades y apoyo, estas aptitudes innatas pueden más fácilmente aflorar y afirmarse. Padres primeros y educadores después son usualmente los que descubren estas a aptitudes y los responsables de buscar la forma que estas brillen. Muchas de las frustraciones artísticas de hombres y mujeres es sentir, años después – incluso cuando hay poco que hacer – que esas aptitudes que los pudieran haber hecho seres más plenos, no fueron apoyadas y promovidas por aquellos que hubieran podido hacerlo. Si padres y educadores estamos atentos al desenvolvimiento de los niños, de los jóvenes, podemos percatarnos de algunos rasgos que nos pueden dar indicios de las cualidades innatas que hacen un declamador. Hagamos un breve repaso de cuáles pueden ser, Elocuencia: Un joven con facilidad para hablar, aptitud para aprender y utilizar nuevas palabras, gusto por el vocabulario – que pregunta qué significa esto o lo otro - , que imita o repite diálogos de la radio o la televisión, tiene un gran terreno ganado. Memoria: Una joven que fácilmente memoriza letras de canciones, que aprende sin mucho trabajo alguna oración o texto que debe aprender, que recuerda hechos, personas, lugares y fechas, que repite comerciales enteros o “jingles” publicitarios, ya ha avanzado en el terreno de la declamación. Aunque la memoria se pude – y debe – ejercitarse, no hay duda que hay personas con innata facilidad para grabar en la memoria textos sin mucha dificultad. Emocionalidad: No creo que pueda existir un excelente actor, cantante o declamador, que no se involucre afectivamente con el personaje, la canción o el poema que esté interpretando. La mayoría de los grandes artistas son susceptibles, volubles, abiertos a las sensaciones y los sentimientos. La vida no pasa con liviandad, penetra por los poros, mueve la cabeza y el corazón a dimensiones que a veces se pueden volver inmanejables. Un joven que se entristece o se alegra por cosas pequeñas, como la muerte de un gato, por un mendigo en la calle, por un desastre natural que nos muestra la televisión, una reacción desairada frente a la violencia, un deseo de paz profunda a travès del arte – música por ejemplo – nos demuestra un temperamento sensible que busca vehículos de expresión. Expresividad: No necesariamente todo gran cantante, actor, declamador debe desde niño demostrar capacidad de expresarse en el sentido de pararse frente a la familia, la clase, amigos, y expresarse con facilidad y dominio del espacio. La timidez también está asociada a grandes intérpretes. Una aptitud innata a la expresividad, son aquellos jóvenes que un cambio de estado de ánimo se les nota a leguas: una tristeza los encoge, los vuelve mínimos, su cara y su fisonomía solamente nos demuestra que una fibra sensible se ha movido y todo su ser reacciona, hasta los vellos que recubren sus brazos y toda su piel. Y cuando la alegría aparece, su piel brilla, sus ojos destellan vida, toda su fisonomía cambia, aunque no salten de júbilo o goce, aunque no tengan la confianza de desparramar la emoción a su paso. Y por último, Musicalidad: El gusto por la música, el ritmo, la cadencia, son sin duda aptitudes innatas. Es cierto que en las familias donde la música es parte importante de la vida diaria – ya sea porque se toca algún instrumento o simplemente la casa está llena de música a varias horas del día, los jóvenes pueden con más destreza tararear melodías, cantar afinados sin saber que lo hacen, moverse con ritmo aún después que la música haya cesado. Estas aptitudes son importantes en un declamador, todo poema tiene su ritmo, descubrirlo o darle un ritmo es, como veremos luego, de suma importancia. Estas cinco cualidades, elocuencia, memoria, emocionalidad, expresividad y musicalidad, son básicas en un declamador – como lo son para cualquier otro intérprete, por ello felicito a mis alumnos, aprovechando para invitarlos el próximo lunes 30 del presente mes al concurso de declamación de la zona que dirige el profr. Inocencio Rosas Rivera en telesecundaria, que se desarrollará en la Biblioteca “Carlos Fuentes” donde sin duda saldremos con un agradable sabor de boca y una nueva visión sobre nuestra positiva juventud. ¡Estamos! alodi13@gmail.com
<< Home